• Convertirse para amar
    Jan 20 2024
    Basta que Juan sea arrestado para que Jesús empiece su misión: proclamar la venida inminente del Reino de Dios, el anuncio gozoso de la Buena Noticia. El Evangelio nomás, así, sin glosa ni interpretación. Y lo que se exige frente a este anuncio es la conversión y la fe. Convertirse y creer. Convertirse tiene que ver con “cambiar la mentalidad” radicalmente. Implica un cambio en la óptica de ver las cosas y también en la manera de considerar la realidad. Es la apertura de mente y corazón a un nuevo orden, una nueva realidad, una renovada utopía, que es la del Reino de los Cielos. Y aquí tenemos que ser claros. Cuando Jesús habla del Reino, está hablando no del “cielo” como ese “lugar” al que vamos a ir, sino más bien a su persona. El Reino es el mismo Jesús que viene a instaurar con su Encarnación y su Pascua un nuevo orden de relaciones humanas y humanizantes donde lo único que esté permitido sea el amor. Es el nuevo modo de enteder al hombre, al mundo y a Dios: desde la perspectiva del amor; amor como donación solidaria y proexistente de toda mi persona para causar, generar, provocar un bien en el prójimo, en mis hermanos. Por eso es que el Reino exige conversión y fe. Porque la mentalidad mundana no entra. La cultura del descarte tampoco. El individualismo, el egoísmo autorreferencial, la búsqueda del propio bien incluso a costa del bien del otro, en el Reino no tienen lugar. Una vida que busca permanentemente salvarse en soledad y en el colmo del individualismo, procurándose el bien para sí sin mirar a los demás, sin tender una mano, sin ayudar, sin mirar, sin escuchar, sin abrazar a las víctimas, no tiene cabida en el Reino de Dios. El Reino es para los que creen, viven y aman de otra manera. Por eso es necesaria la conversión. Para alejar del corazón toda tentación de búsqueda del propio bien y “cortarse solo” para pensar la vida en sentido comunitario, colectivo, plural. Dejar de pensar en el “yo” para pasar al “nosotros”. Para sabernos y sentirnos hermanos. Para proclamar con voz firme y fuerte, con actos contundentes que “nos salvamos todos juntos o no se salva nadie”. Cambiar la mente y el corazón para creer de un modo renovado que deje afuera ritualismos y observancias, prácticas vacías que no terminan de decirle nada a nadie para pasar a ver, entender y sentir el mundo y la Iglesia desde la perspectiva del Evangelio de Jesús que es esencialmente y por sobre todas las cosas Ternura y Misericordia. Hacer el esfuerzo una y otra vez para no acostumbrarnos ni a Dios, ni a Jesús, ni a la acción salvífica del Espíritu Santo; para no acostumbrarnos a que “somos así y nunca vamos a poder cambiar”; para que la Palabra cale hondo en nuestro corazón y lo configure a imagen del Corazón de Jesús y podamos tener sus sentimientos, para que podamos imitar su vida, para que podamos participar de su Pascua. Convertirnos para dejarnos salvar por Jesús y así ser también nosotros anunciadores de Buenas Noticias para tantos hermanos que necesitan sentirse salvados por Dios y compartir así con ellos la alegría del Evangelio. Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús que nos convierte el corazón para que sea cada vez más semejante al suyo.
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  • Donde vive Jesús, vivamos nosotros
    Jan 13 2024
    El texto de hoy es apasionante. Tiene su nudo y su centro en la pregunta de Jesús y en la respuesta-pregunta de los discípulos: “¿Qué quieren?”; “¿Dónde vives?” Me lo imagino como un momento cargado de tensión en el ambiente del diálogo. Lo cierto es que se resuelve no en palabras, sino en hechos, es decir, los curiosos discípulos van a ver dónde vive Jesús. Esto es lo paradigmático además del relato: ¡no se nos describe ni una palabra acerca de dónde vive Jesús! Lo cierto es que aquellos anhelantes buscadores de sentido encontraron algo que marcó tanto su vida que hasta le pusieron hora: las cuatro de la tarde. Hora más que simbólica, dado que en la antigüedad era cuando terminaba la jornada de trabajo y empezaba la tarde-noche. La hora del descanso. El tiempo del reposo. El ir haciendo síntesis del día vivido. Hasta ese momento se quedaron los discípulos. ¿Qué habrán visto? ¿Qué fue lo que los cautivó tanto? ¿Cuál habrá sido el hecho decisivo por el cual decidieron quedarse y proclamar a Jesús como Mesías? No lo sabemos. Lo cierto es eso. No lo sabemos. Y esto nos hace pensar a nosotros inmediatamente en nuestra propia vida. ¿Dónde vive hoy Jesús? Creo que es una de las grandes preguntas que nos podemos hacer. A Jesús, hoy, ¿dónde lo encuentro? Y la pregunta dispara para varios sentidos. ¿Dónde vive Jesús en el mundo? ¿Dónde vive Jesús en la Iglesia? ¿Dónde vive Jesús en mi vida de todos los días? ¿Dónde vive Jesús en la vida de tantos hermanos que caminan conmigo? ¿Cuáles son los “lugares” donde me encuentro con Jesús? Una de las tantas respuestas que me animo a dar es que Jesús está donde está la Vida. Creo que es una de las grandes claves de discernimiento de nuestra época. Si queremos descubrir a Jesús, vayamos detrás de la vida y denunciemos los lugares de muerte, ahí donde la vida es manoseada, maltratada, violada, vendida. Es un lindo ejercicio el poder examinar cuáles son los lugares de Vida para poder acrecentarlos o poder descubrir cada vez más a Jesús; y cuáles los lugares de no-Vida para poder llevar allí la Vida de Jesús. ¡Qué desafío grande este! Porque si no lo hacemos corremos el riesgo del acostumbramiento: siempre se hizo así. Y con eso la novedad siempre nueva del Evangelio de Jesús no puede entrar en el corazón. Así alimentamos estructuras caducas en la Iglesia, nos enquistamos, nos encerramos, y no tenemos nada nuevo para decirle al mundo; nuestro corazón se cierra y no le dejamos espacio al Espíritu de Jesús para que nos hable y nos conduzca; nos volvemos indemnes al sufrimiento de nuestros hermanos y lo justificamos diciendo que las cosas no pueden cambiar, o que es culpa de otros, o que siempre han existido los pobres y nosotros no lo vamos a revertir. Si nos acostumbramos, perdemos la novedad y perdemos a Jesús. Vamos a ser unos pobres tipos y mujeres que anden por la vida poniendo excusas pero sin jugársela en serio por aquello que amamos y nos apasiona: ser como Jesús y llevar la alegría del Evangelio a todos los hombres, especialmente los pobres. Abrile a Jesús las puertas de tu vida y de tu corazón. Descubrí donde vive. Y después, amá con locura. Esa misma que llevó a los discípulos a quedarse con Él hasta las cuatro de la tarde; esa misma locura que se entrega en la Cruz, para que todos tengamos Vida y Vida eterna. Que tengas un hermoso domingo y será si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.
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  • En el Bautismo de Jesús, nuestro bautismo
    Jan 6 2024
    Esta linda fiesta que celebramos hoy en el Bautismo del Señor nos regala un evangelio para profundizar y meditar en su hondura. Pareciera ser que no nos dice nada cuando en realidad nos descubre un rasgo fundamental de la persona de Jesús, digno de ser aplicado a nuestra persona. Ni bien Jesús es bautizado, se oye la voz del cielo que lo proclama como “Hijo muy querido”. Va a ser el primer paso de la vida pública de Jesús antes de irse al desierto. Lo que nos descubre entonces el texto es que Jesús es no sólo “Hijo”, sino además, “muy querido”. De esta manera Jesús al recibir el bautismo está bien dispuesto para irse al desierto a dejarse tentar por el demonio y afrontar su misión. Esto tiene una gran importancia para todos nosotros, los cristianos, que este domingo nos juntamos en comunidad y celebramos la Palabra y la Eucaristía. Porque todos nosotros también somos bautizados. No fuimos bautizados sólo con agua, sino como bien predijo Juan, con Espíritu Santo. Esto quiere decir que desde el momento de nuestro bautismo la Trinidad nos habita; todo Dios reside en nosotros, configurándonos con su Corazón; se queda para siempre en nuestro corazón y en nuestra vida; nos deja una marca imborrable; y además nos recuerda una y vez que también como Jesús y en Jesús, somos sus hijos muy queridos. ¡Esto es fabuloso! ¡Esto es genial! ¡Esto sí que es grande! ¡Dios nos dice que somos sus hijos! Hoy es un hermoso día para recordar una y otra vez que somos hijos de Dios y que esta es nuestra dignidad más grande, más linda y más importante. Lo que le da sentido entonces a nuestra vida no es nuestra clase social, nuestro trabajo –los que tenemos el privilegio de tenerlo-, cuánto ganamos, dónde vivimos, si tenemos auto, moto, bicicleta o cartoneamos con un carro, la marca de la ropa que usamos… ¡Nada de eso! lo que le da sentido a nuestra vida cristiana es que somos bautizados y por tanto… ¡hijos muy queridos! ¡Esa es nuestra dignidad más grande! Tenemos que gritarlo: ¡somos hijos de Dios! Y somos hijos muy queridos. Entonces no importa en la vida quien se haya olvidado de mí o quien me haya mezquinado su amor o quien no supo estar a la altura de hacerme sentir que valgo la pena… mi vida tiene sentido porque soy de Dios y soy su hijo muy querido. Yo para Dios valgo. Dios de mí no se olvida. Dios me tiene siempre presente y su amor es incondicional. Aún en el pecado, Él me espera, me abraza, me besa, me reconcilia. Dios se derrite en caridad por todos y cada uno de nosotros. Yo soy importante no por lo que haya recibido ni por lo que haya logrado; soy importante porque Dios no deja ni un segundo de hacerme el aguante, de “aguantarme los trapos”, de jugársela por mí, por amor. Yo para Dios valgo y Él no se olvida de mí. Testimonio de esto es el amor de Jesús y la pasión del Espíritu Santo que habita nuestro corazón. Hoy es un lindo día para hacer memoria de nuestro bautismo y de confirmar una vez más que todo Dios nos inhabita y su amor nos hace valer, nos da alas, nos hace levantar la mirada, nos hace ponernos en camino, nos hace apasionarnos por el Bien y la Verdad y llevar a cabo la misión para la cual Dios nos ha creado: poner nuestra vida al servicio de los hermanos, especialmente de aquellos que sienten la vida y la fe más amenazada. Que tengas un lindo domingo lleno de la luz del bautismo de Jesús. Te abrazo en Su Corazón y será hasta el próximo evangelio.
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  • Presentamos lo que somos y nos pasa
    Dec 30 2023
    El evangelio de hoy lo conocemos como el Cántico de Simeón, donde este anciano, frente a Jesús, María y José proclama dos grandes cosas: una linda acción de gracias a Dios porque no lo dejó morir sin antes haber conocido al Mesías; y una profecía sobre lo que sería de ese niño: signo de contradicción. Lo primero es un ejercicio que tenemos que hacer diariamente: dar gracias a Dios porque nos permite un día más vivir la fe en Jesús y contemplar el rostro de nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Redentor en las miles de circunstancias que acontecen en nuestra vida. Dar gracias porque nuestra vida está llena de Dios. Y descubrirlo en lo pequeño, en lo sencillo y en lo cotidiano del día-a-día de todos los días. Lo segundo nos puede llamar la atención, pero ciertamente, Jesús fue y sigue siendo signo de contradicción. La eternidad se hace historia; Dios se hace Pueblo; la Palabra hace silencio o llora; el cielo está debajo de la tierra, una muchachita virgen es madre del Salvador del mundo; su papá no pronunciará ni una sola palabra en todo el evangelio… Todo es signo de contradicción. Porque en definitiva, estar celebrando el tiempo de Navidad es estar celebrando que Dios se hace hombre. Esto es desconcertante. Esto no había pasado nunca. Esto es insólito. A tal punto que muchos se van a resistir a creer. Hoy todavía, hay gente, también fuera de la Iglesia, que le cuesta creer en Jesús. Le parece que Jesús es “demasiado humano”. No toleran que Dios se haya querido embarrar en nuestra historia y en nuestro barro. Algunos prefieren un Jesús más bien “espiritual”, que hace milagros imposibles y donde yo para relacionarme con él tengo que irme de mi vida cotidiana, lograr algún mecanismo que me permita conectarme con Él y entonces así rezar. Algunos creen que es preferible un Jesús que no tenga que ver con palabras como: marginación, dignidad, opresión, pobreza, exclusión, vulnerabilidad social. Que eso es ideología. Que es un mero discurso social. Que Dios está en el cielo y nosotros en la tierra. Algunos viven más preocupados por la situación canónica de una pareja que por si de veras son felices, de verdad. Algunos van a misa por mero culto y mera costumbre, pero no tienen problema en tener empleados en negro, o evadir impuestos, o renunciar a ganar menos para que su gente gane más. No toleran que Jesús sea el amigo preferido de prostitutas y usureros, de pecadores, de gente sencilla que lo invita a su mesa a compartir el pan, que denuncia el pecado personal y social y se enfrenta a toda estructura que violente los derechos fundamentales de la persona. Jesús es signo de contradicción porque no podemos ser cristianos, discípulos misioneros de Jesús y no luchar todos los días por hacer que el mundo cambie. Por hacer que el mundo sea un lugar más digno, más justo, más fraterno y más solidario. Jesús es signo de contradicción porque me revela que a Dios no lo puedo manipular. Que en todo caso yo sigo a Dios y no Él que me sigue a mí. Que no se puede ser cristiano y precarizar el trabajo y no facilitar a que millones de personas tengan acceso a las “tres T”: Tierra, Techo y Trabajo. No se puede ser cristiano sin una mínima permeabilidad social que me lleve a cuestionarme cómo hacer para involucrarme en la realidad y generar de manera colectiva un verdadero cambio. No puedo ser cristiano creyendo que Dios habita solo el cielo. Porque desde hace dos mil años, Dios dejó el cielo y se hizo Tierra. Hermano y hermana, te deseo que sigas viviendo a pleno este tiempo de Navidad y si Dios quiere, será hasta el próximo evangelio.
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  • Todos de Dios
    Dec 24 2023
    El evangelio de hoy, palpitando ya la Navidad, nos regala la figura linda de la Virgen María. Destacamos su figura y lo hacemos en el marco del Nacimiento inminente de Jesús y cargados de alguna manera de religiosidad popular. Sentimos a María como Madre de todos nosotros, que recibe esa buena noticia de parte de Dios que va a ser madre del Salvador. Sentimos que por la Anunciación, María se hace Madre de todo el Pueblo de Dios. Hay algo que se destaca la lectura del evangelio y es la absoluta disponibilidad que tiene la Virgen frente a ese designio, a esa invitación que le hace Dios Padre a través del ángel: ser nada más ni nada menos que la madre de Jesús. No sabemos si María entiende del todo lo que está ocurriendo, pero le basta saber que lo que viene, viene de Dios para abandonarse y confiar, dejarse llevar por el amor de Dios y hacerse toda obediente y toda disponible. Más allá de que ella pudiese haberse negado, haber trazado otros planes, creo que una de las cosas principales que hay que destacar es que María es absolutamente Virgen. Y si eso bien tiene un rasgo en su relación con San José, lo que hace definitivamente Virgen a María es que se vacía de todo aquello que no es Dios para llenarse de Él. Y esto es en definitiva lo que celebramos en este domingo: un vientre vacío de todo aquello que no tiene que ver con Dios ni con su voluntad, sino para dejarse llenar por Él. Es así como acontece el misterio de la Encarnación: Dios se hace hombre y se hace hombre en el vientre virginal de una muchachita de Oriente Medio del siglo I en las periferias olvidadas de Israel. Qué lindo poder celebrar a la Virgen María como modelo de discípula y de cristiana. Qué lindo poder celebrar a la Virgen María como Madre del Pueblo. Qué lindo poder celebrar a la Madre de Jesús que nos la regala, nos la entrega y nosotros la podemos hacer nuestra. Y qué lindo en el día de hoy poder pensar en estas actitudes. Poder también nosotros seguir descubriendo cuáles son aquellas cosas de las cuales estamos llenos, que no pertenecen, que no son, que no se corresponden con Dios y dejarlas de lado como hizo la Virgen María. Hacernos también nosotros “vírgenes” para poder recibir completa la Buena Noticia de un Dios que nos trae la salvación y no se deja ganar en generosidad. Hacer el último esfuerzo del adviento y preparar el corazón para la Navidad: examinar cuáles son las cosas que no podemos seguir viviendo si queremos definitivamente ser hijos de Dios. Y entonces ser como la Virgen y confiar. Después de todo esto, postrarnos delante de la voluntad de amorosa de Dios y decirle “Sí, en Vos confío, hacé lo que quieras conmigo”, que es la traducción más linda de “hágase en mí tu Palabra”. Démosle a Dios la posibilidad que siga obrando prodigios y milagros, también a través de nuestro SÍ, como es el SÍ de la Virgen Madre y su amor se contagie a muchos más hermanos, especialmente las víctimas de tantas injusticias impuestas por la cultura de mercado y del descarte. En definitiva es el camino que hemos trazado y caminado en estos cuatro domingos de adviento: “Estar prevenidos” (I Domingo); “preparen el camino”(II Domingo); “sean testigos de la luz” (III Domingo); “Hágase en mí tu Palabra” (IV Domingo) Hermano y hermana, te abrazo muy fuerte en el Corazón de Jesús y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio. Que tengas una muy feliz Navidad.
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  • Que brille la luz que hay en ti
    Dec 16 2023
    La Palabra nos dice que Juan tiene en claro su propia identidad y no miente: “Él no era la luz, sino el testigo de la luz”. Él viene a dar testimonio de la luz. No se identifica con la luz. Da testimonio de ella. Se deja inundar por la luz, se deja llenar por la luz, se dejar encandilar por la luz. Juan, todo lleno de luz, da testimonio de la luz. Creo que es una de las cosas que podemos atesorar del evangelio de hoy. Adviento como tiempo para dejarse llenar por la luz de Jesús y descubrir que esa luz también brilla en el interior de nuestro corazón por el bautismo. Dejarse llenar por la luz de Jesús es abrir bien los ojos y mirar con profundidad, con los ojos del corazón, para reconocer todo lo que Dios ha hecho y hace por medio de la gracia de Jesús en nuestra vida. Reconocer el paso salvador de Jesús. Reconocer que somos salvados por Jesús y que esa es la luz que nos habita. Es interesante detenernos aunque sea un instante en este punto: por más buenos que seamos, por más buena voluntad que tengamos, por más buenas acciones que realicemos, no nos salvamos por los propios méritos sino que somos salvados por la gracia del Corazón de Jesús. Y es así de clarito. A veces esto nos rompe el narcisismo de pensar que somos el centro del mundo y que todo lo que hacemos nos va haciendo como un “lugarcito” en el Reino Definitivo. Tenemos que tomar de una buena vez que si brilla una luz en nosotros es porque Dios la ha puesto allí y no nos salvamos por más buenos que seamos sino por la gracia de la Pascua de Jesús que hace nuevas todas las cosas. Por eso resulta claro en este Adviento volver a reconocer la necesidad de que Jesús venga. Es necesario que Él venga para salvarnos. Para recordarnos que somos dignos. Para llenarnos de su amor y que empuje a fuera todo lo que son luces que ebrias de autorreferencialidad y egoísmo nos hacen perder el sentido de aquello para lo cual fuimos creados y llamados por Dios, la razón de ser de nuestra vida, la misión por la cual vivimos, nos movemos y existimos. Adviento será dejarnos penetrar por la luz, como Juan, para que ilumine hasta los más recónditos lugares del alma y del corazón y nos llene todo de la luz de Jesús que se llega hasta nuestra vida, que adviene, que entra y toca con su Ternura y Misericordia hasta los conos de sombra más oscuros de nuestra vida e historia, para que cobren sentido, para que la tiniebla se ilumine. Porque hace falta recordar una y otra vez que la oscuridad no se la combate, se la ilumina. ¡Dejémonos iluminar por la luz de Jesús! Y de ahí que nazca la invitación a imitar a Juan Bautista: ser testigos de la luz. El mundo necesita de cristianos full-time que se animen no durante un tiempo sino durante toda la vida a jugársela por amor en el servicio a los hermanos. Es verdad que hay mucha oscuridad en el mundo. Es verdad que incluso podemos sentir que nuestros esfuerzos frente a tanta cultura del descarte y de muerte no suman mucho y que las fuerzas flaquean. Ahí es donde más necesitamos confiar en Jesús y jugárnosla de verdad. Porque ya no es nuestra luz chiquita, personal y propia la que va a brillar sino la luz del Corazón de Jesús que va a brillar en nosotros. Y el poder de esa luz es la que vamos a hacer brillar para que nuestra vida incendie el mundo de la luz de Jesús. Porque somos muchos. Porque somos Iglesia. Porque somos comunidad. Porque Dios está en medio nuestro. Porque nunca vamos a estar solos. Porque no le damos lugar al miedo. Porque venimos a ser testigos de la luz de Jesús. Para que sean muchas las vidas oscuras que se contagien. Para que sean muchas las vidas que se animen a abrir su luz a la luz de Jesús. Para que sean muchos los varones y mujeres que se redescubran en su dignidad de hijos de Dios. Para que haya cada vez más corazones apasionados que se animen a apasionar a otros y así inundar el mundo de la luz salvadora del único por quien vale la pena dar la vida: Jesús de Nazaret. Que la luz de Jesús brille en tu corazón y contagie luz a muchos corazones que precisan de esa ella. Te mando un abrazo en el Corazón de Jesús y será hasta el próximo evangelio
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  • La vida es preparar el camino
    Dec 9 2023
    “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor”. Es la frase que más nos puede resonar en el evangelio de hoy, proclamada por Juan Bautista. Y que se suma como propósito de itinerario al “estén prevenidos” del domingo pasado. Preparar el camino tiene que ver con entender el sentido de la vida. De eso también se trata el Adviento. Pensar en la permanente venida de Jesús en cada uno de los instantes de mi vida y en cada uno de mis hermanos, especialmente aquellos que son fruto de la cultura de la muerte y el descarte. Cuando pensamos en el camino inmediatamente pensamos en nuestra vida. La vida es camino. La vida se camina, se transita, se hace huella y sendero. La vida tiene que ver con el levantar la mirada y tomar conciencia que desde que nos gestamos en el vientre materno, empezamos a caminar, a hacer camino, a transitar lo que somos y lo que queremos. La vida es ese pequeño tramo de existencia entre la gestación y la muerte que no es sino una mera excusa para haber amado. La vida entera es una excusa que Dios nos regala para amar. Por eso preparar el camino será sobre todas las cosas ordenar la vida, priorizar, jerarquizar, darle sentido. La invitación de la Palabra de Vida de hoy es a dejarnos encontrar por la predicación de Juan y no sentir que nos impone un peso terrible y casi imposible de llevar sino todo lo contrario: hacer un alto en el día a día de todos los días para poder pensar, reflexionar y rezar nada más ni nada menos sobre los caminos de mi vida. ¿Qué caminos estoy recorriendo que le dan más Vida a mi vida? ¿Cuáles no? ¿Qué caminos ya no puedo seguir caminando y tengo que animarme a desandar o abandonar? ¿Qué nuevas aventuras me esperan de la mano providente de Dios que se abren como posibilidades? ¡Qué lindo poder hacernos estas preguntas! Que dan paso a otras más serias: ¿Soy feliz con los caminos que recorro? ¿Soy feliz con la vida que tengo? ¿Soy feliz con la vida que vivo? ¿Hay algo que todavía me queda por encontrar y vivir? ¿Hay suficiente Vida en mi vida para que otros hermanos, especialmente los más sufrientes, encuentren Vida en mi vida? Preparar el camino tiene que ver con pensar y repensar, rumiar y rumiar y rumiar la vida que tengo. No porque sea un desastre y la tenga que cambiar definitivamente. Quizás sí. O quizás precise de esos tiempos privilegiados de silencio y oración, de reflexión y meditación para poder reencontrame conmigo mismo y ahí con Dios y poder hacerme las grandes preguntas acerca de la vida. ¿Quién soy? ¿Quién voy siendo? ¿A qué me siento llamado? ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Cuál es el sentido definitivo y crucial de mi existencia? El Adviento es un regalo para poder una y otra vez poder regalarnos a nosotros mismos esta posibilidad de hacer un alto y de pensar. Porque penar no está de moda. Muchos no quieren que pensemos. La sociedad de consumo es enemiga del pensamiento crítico y por eso nos entretiene: nos tiene “entre-redes” y así no sólo nos atrapa sino que nos hace invertir el tiempo en cosas que no valen la pena y que terminan vaciándonos por dentro y amargándonos el corazón en la cerrazón del egoísmo y el sinsentido. Preparar el camino, hoy es contracultural. Es revolucionario. Porque nos invita a ejercer el arma más poderosa que tenemos: pensar críticamente. Y rezar lo que pensamos. Pasar por la mente y el corazón las grandes reflexiones que permitan seguir engendrando Vida en nuestra vida y así nuestra vida estalle de la presencia de Dios y por la fuerza de su Espíritu se contagie a otras vidas. Que tengas un lindo domingo para animarte a pensar y a rezar las cosas fundamentales de la vida y así preparar el camino del Señor. Te abrazo fuerte en el Corazón de Jesús y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.
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  • Jesús viene siempre
    Dec 3 2023
    Empezamos a vivir el tiempo de adviento y nos metemos de lleno en la promesa de Jesús de su regreso y de su vuelta. Mucho podemos decir de esto. Habrá una segunda vuelta en gloria y majestad de parte de Jesús al final de la historia. Sin embargo, el texto de Marcos de la liturgia de hoy lo podemos entender en otro sentido. No solamente en pensar en el Juicio Universal sobre vivos y muertos, en el cual seremos todos y cada uno examinados en el amor, sino también en la permanente llegada de Jesús a nuestra vida. No podemos pensar el texto de Marcos desde el miedo y el temor. Algo así como: “me tengo que portar bien porque en cualquier momento viene de vuelta Jesús y me puede mandar al infierno”. Eso es una chiquilinada. La verdadera fe nos hace pensar que después del misterio de la Pascua, la presencia de Jesús en el mundo, si bien no es la misma, sí es permanente. Con esto queremos decir que el evangelio de hoy se dirige más bien a estar atentos a aquellos lugares, algunos insospechados de nuestra vida, en los cuales Jesús se nos puede manifestar y salir a nuestro encuentro. No se trata de un evangelio que nos mete miedo, sino en un mensaje de esperanza de parte de Jesús a estar siempre atentos y “no dormirnos en los laureles”, no bajar los brazos, no dejar de luchar. Y nos hace pensar que adviento significa “llegada”. Y la llegada exige espera. San Rafael Arnáiz Barón, santo del siglo XX, nos dice que “todo en la vida consiste en saber esperar”. Este texto del evangelio que rezamos, reflexionamos y meditamos hoy nos pone en esa frecuencia. Como cristianos muchas veces no estamos acostumbrados a saber esperar. Queremos todo ya, ahora, hoy, inmediatamente. Somos hijos de una cultura de la comida rápida en el shopping y del “¡llame ya!”. Queremos todo de acuerdo a nuestros propios tiempos y a nuestra propia medida, según nuestro propio interés. Queremos todo como a nosotros nos parece. Es por eso que el evangelio de hoy tiene una actualidad genial. Nos mete de lleno en nuestro propio estilo de vida y nos pide que lo revisemos. Nos invita a pensar el adviento como un tiempo de saber esperar en la esperanza. Saber esperar es un arte. Es uno de los mayores actos de confianza que podemos hacer. Porque esperamos en otro y de otro. Le delegamos a otro el poder y la llegada de las cosas que pedimos y esperamos. Confiamos no sólo que el otro existe, sino que nos podemos vincular con él. ¡Y más aún cuando se trata de Dios! Saber esperar es saber fiarse de la Palabra que Jesús nos da como promesa del Padre y por la fuerza del Espíritu. Y no es una actitud pasiva. La espera es altamente activa. El que espera no es el que se resigna y baja los brazos. No es al que todo le da lo mismo en el contexto de la desesperanza. Saber esperar consiste en estar permanentemente abierto a dejarnos sorprender por Dios en lo cotidiano y ordinario de nuestra vida. Es dejarnos asombrar por Jesús, que no sólo vendrá al final de los tiempos sino que sale a nuestro encuentro de manera permanente, especialmente en nuestros hermanos más pobres y desahuciados. Saber esperar nos saca de la compulsividad de pedirle permanentemente cosas a Dios para entrar más bien en una actitud activa de escucha y discernimiento de aquellos lugares en los que Dios habita nuestra vida. Sólo nos falta a veces descubrirlo. Te abrazo fuerte en el Corazón de Jesús, que siempre está viniendo a nuestro encuentro y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.
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