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Convertirse para amar

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Basta que Juan sea arrestado para que Jesús empiece su misión: proclamar la venida inminente del Reino de Dios, el anuncio gozoso de la Buena Noticia. El Evangelio nomás, así, sin glosa ni interpretación. Y lo que se exige frente a este anuncio es la conversión y la fe. Convertirse y creer. Convertirse tiene que ver con “cambiar la mentalidad” radicalmente. Implica un cambio en la óptica de ver las cosas y también en la manera de considerar la realidad. Es la apertura de mente y corazón a un nuevo orden, una nueva realidad, una renovada utopía, que es la del Reino de los Cielos. Y aquí tenemos que ser claros. Cuando Jesús habla del Reino, está hablando no del “cielo” como ese “lugar” al que vamos a ir, sino más bien a su persona. El Reino es el mismo Jesús que viene a instaurar con su Encarnación y su Pascua un nuevo orden de relaciones humanas y humanizantes donde lo único que esté permitido sea el amor. Es el nuevo modo de enteder al hombre, al mundo y a Dios: desde la perspectiva del amor; amor como donación solidaria y proexistente de toda mi persona para causar, generar, provocar un bien en el prójimo, en mis hermanos. Por eso es que el Reino exige conversión y fe. Porque la mentalidad mundana no entra. La cultura del descarte tampoco. El individualismo, el egoísmo autorreferencial, la búsqueda del propio bien incluso a costa del bien del otro, en el Reino no tienen lugar. Una vida que busca permanentemente salvarse en soledad y en el colmo del individualismo, procurándose el bien para sí sin mirar a los demás, sin tender una mano, sin ayudar, sin mirar, sin escuchar, sin abrazar a las víctimas, no tiene cabida en el Reino de Dios. El Reino es para los que creen, viven y aman de otra manera. Por eso es necesaria la conversión. Para alejar del corazón toda tentación de búsqueda del propio bien y “cortarse solo” para pensar la vida en sentido comunitario, colectivo, plural. Dejar de pensar en el “yo” para pasar al “nosotros”. Para sabernos y sentirnos hermanos. Para proclamar con voz firme y fuerte, con actos contundentes que “nos salvamos todos juntos o no se salva nadie”. Cambiar la mente y el corazón para creer de un modo renovado que deje afuera ritualismos y observancias, prácticas vacías que no terminan de decirle nada a nadie para pasar a ver, entender y sentir el mundo y la Iglesia desde la perspectiva del Evangelio de Jesús que es esencialmente y por sobre todas las cosas Ternura y Misericordia. Hacer el esfuerzo una y otra vez para no acostumbrarnos ni a Dios, ni a Jesús, ni a la acción salvífica del Espíritu Santo; para no acostumbrarnos a que “somos así y nunca vamos a poder cambiar”; para que la Palabra cale hondo en nuestro corazón y lo configure a imagen del Corazón de Jesús y podamos tener sus sentimientos, para que podamos imitar su vida, para que podamos participar de su Pascua. Convertirnos para dejarnos salvar por Jesús y así ser también nosotros anunciadores de Buenas Noticias para tantos hermanos que necesitan sentirse salvados por Dios y compartir así con ellos la alegría del Evangelio. Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús que nos convierte el corazón para que sea cada vez más semejante al suyo.

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