Hoy estaremos leyendo 2 Samuel 15 y 16, Hechos 10:24-48 y el Salmo 81:9-16. En 2 Samuel 15, vemos uno de los momentos más duros en la vida de David, cuando su propio hijo Absalón conspira contra él para robarle el trono. David, en lugar de pelear para defenderse, huye de Jerusalén con humildad, y dice a los que están con él: “Si el Señor ve con agrado lo que estoy haciendo, me hará regresar para ver el arca y su tabernáculo una vez más. Pero si está en contra mía, que haga conmigo lo que mejor le parezca” (2 Samuel 15:25-26, NTV). David reconoce que su destino está en las manos de Dios, y no en sus propias estrategias.
En 2 Samuel 16, mientras David huye, un hombre llamado Simei lo maldice y lanza piedras contra él. Uno de sus hombres quiere defenderlo, pero David responde: “Déjenlo que me maldiga; tal vez el Señor vea que me han agraviado y me bendiga a causa de estas maldiciones que recibo hoy” (2 Samuel 16:12, NTV). David no se enfoca en vengarse, sino en confiar que Dios es su justicia. Reflexiona: ¿Qué haces cuando sientes que te han traicionado o humillado? ¿Respondes con orgullo o con confianza en que Dios sigue en control?
En Hechos 10, Pedro llega a la casa de Cornelio, un centurión romano temeroso de Dios que había tenido una visión del cielo. Pedro declara: “Ahora entiendo que Dios no muestra favoritismo. En cada nación, Él acepta a los que lo temen y hacen lo correcto” (Hechos 10:34-35, NTV). Mientras aún hablaba, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje. Pedro, asombrado, dijo: “¿Pueden acaso negar el bautismo ahora que ellos han recibido al Espíritu Santo tal como nosotros lo recibimos?” (Hechos 10:47, NTV). Esta escena marca un antes y un después: el evangelio es verdaderamente para todos, sin excepción. Reflexiona: ¿Estás dispuesto a aceptar que Dios está obrando fuera de tus moldes? ¿Reconoces la obra del Espíritu incluso en personas o lugares que tú no hubieras imaginado?
En el Salmo 81, escuchamos la voz de Dios que anhela que su pueblo le escuche y le obedezca. Dice: “Oh Israel, si tan solo me escucharas. No tendrías ningún dios extranjero; jamás te inclinarías ante un dios extraño. Pues fui yo, el Señor tu Dios, quien te rescató de la tierra de Egipto. Abre bien la boca, y yo te la llenaré de buenas cosas” (Salmo 81:8-10, NTV). Pero en lugar de obedecer, el pueblo se alejó, y Dios dice: “Así que les dejé seguir sus deseos tercos y vivir según sus propias ideas. ¡Oh, si mi pueblo me oyera!” (versos 12-13, NTV).