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676. Los primeros hombres (Mito Yoruba)

676. Los primeros hombres (Mito Yoruba)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com

Había una vez en un mundo previo al actual mundo un vasto océano de luz y la tierra aún no existía, En aquel océano de luz los orishas danzaban en armonía ya que vivían en el reino celeste donde todo era inmutable, donde también recidia el gran dios Olodumare, el que todo lo ve, el que todo lo sabe. Desafortunadamente bajo este mundo perfecto había otro donde solo había caos y oscuridad.

Olodumare contemplaba el vacío bajo el cielo y pensó: —Es hora de crear un mundo donde la vida pueda florecer. Pero no lo haré solo.

Llamó a Obatalá, el más sabio y sereno de los orishas. Su túnica era blanca como la espuma del mar, y su voz tenía el tono de la brisa que acaricia las hojas. Olodumare le habló:

—Obatalá, tú eres justo, paciente y puro. Te encomiendo la creación de la tierra y de los seres humanos. Toma esta bolsa de arena sagrada, esta cadena de oro, y esta calabaza con barro divino. Desciende y da forma al mundo

Obatalá aceptó con humildad. Se colgó la bolsa al hombro, tomó la calabaza con ambas manos, y descendió por la cadena de oro que colgaba desde el cielo como si fuera una gota de luz y a medida que bajaba, el aire se volvía más denso, más oscuro, más silencioso.

Cuando llegó al punto más bajo, arrojó la arena sagrada. La arena se expandió como una isla flotante el agua, formando la primera tierra firme: Ile Ife, el corazón del mundo, la ciudad sagrada, el ombligo del mundo

El viento sopló por primera vez. Las aves cantaron sin haber sido creadas aún y El tiempo comenzó a latir.

Obatalá se arrodilló sobre la tierra virgen, Abrio la calabaza y vertió el barro sobre la arena, y con dedos suaves comenzó a moldear figuras humanas. Sus dedos danzaban como ramas en el viento, dando forma a cabezas, torsos, brazos, piernas. Cada figura era única, cada rostro tenía una expresión distinta: alegría, melancolía, asombro.

Pero el sol ardía con fuerza, y Obatalá, agotado, decidió descansar bajo una palmera. Allí encontró una vasija con vino de palma que era dulce y embriagador. Bebió un poco… luego otro poco… y otro más. El vino de palma era un elixir que le llenaba todos los sentidos, y pronto Obatalá comenzó a moldear con manos torpes.

Las figuras que creó en ese estado eran diferentes: unas tenían piernas más cortas, otras brazos torcidos, algunas rostros desfigurados. Cuando terminó, se tumbó bajo la palmera y cayó en un sueño profundo.

Al despertar, vio lo que había hecho. Su corazón se llenó de tristeza, sentía vergüenza —¿Qué he hecho? —dijo—. He fallado en mi tarea. He creado seres incompletos.

Subió al cielo por la cadena de oro y se presentó ante Olodumare, con lágrimas en los ojos. —Perdóname. He deshonrado tu encargo.

Pero Olodumare no lo reprendió. En cambio, le habló con ternura:

—Obatalá, tú no has fallado. Has revelado una verdad profunda: la vida no es perfecta, pero es sagrada. —Los que tú creaste en tu embriaguez no son errores. Son parte del equilibrio. Ellos enseñarán humildad, fortaleza y amor. Ellos también tienen alma, propósito y belleza.

—Desde hoy, tú serás el protector de todos los que nacen diferentes. Serás su guía, su consuelo, su fuerza. Y para recordar este momento, nunca más beberás vino. Solo agua fresca será tu ofrenda.

Las figuras moldeadas por Obatalá yacían sobre la tierra de Ife, inmóviles, como estatuas dormidas. Pero Olodumare, viendo que la forma estaba lista, envió a Orunmila, el orisha de la sabiduría y el destino, para que les soplara el aliento vital.

Orunmila caminó entre los cuerpos de barro, y uno por uno, les susurró palabras antiguas, palabras que no se pronuncian, sino que se sie

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