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Award-winning historian Frank Dikötter explores how the People’s Republic of China was transformed from a backwater economy in the 1970s into the world superpower of today. His account is the first to be based on hundreds of previously unseen archival documents, from the secret minutes of top party meetings to confidential bank reports. Unfolding with great narrative sweep, this riveting, richly detailed chronicle recasts our understanding of an era that both the regime and foreign admirers celebrate as an economic miracle.

No dictator can rule through fear and violence alone. Naked power can be grabbed and held temporarily, but it never suffices in the long term. A tyrant who can compel his own people to acclaim him will last longer. The paradox of the modern dictator is that he must create the illusion of popular support. Throughout the 20th century, hundreds of millions of people were condemned to enthusiasm, obliged to hail their leaders even as they were herded down the road to serfdom.

En 1949, tras una sangrienta guerra civil, Mao Zedong izó la bandera roja en la Ciudad Prohibida de Pekín. Pero la victoria del Partido Comunista de China sobre las fuerzas de Chiang Kai-shek no trajo paz, libertad y justicia, sino la instauración del sistema del terror propio de los regímenes totalitarios y la violencia sistemática que causó la muerte de cinco millones de personas.

Entre 1958 y 1962 cuarenta y cinco millones de chinos perecieron a causa de los trabajos forzados, la violencia y la hambruna a los que fueron sometidos por el gobierno de Mao Zedong. Obsesionado con la empresa frenética del Gran Salto Adelante, su iniciativa, destinada a superar el modelo económico occidental en menos de quince años, provocó una de las mayores catástrofes humanas de la historia.

Tras la catástrofe económica y humana del Gran Salto Adelante, un Mao envejecido diseñó un ambicioso plan para afianzar su liderazgo y su legado: la llamada Revolución Cultural, cuyo objetivo declarado era la purga definitiva de los burgueses infiltrados en el gobierno y la sociedad para minar el comunismo. No obstante, el plan servía al dictador para desembarazarse de veteranos miembros del Partido en la cúpula, a los que sometió a humillaciones públicas, encarcelamientos y torturas.

A ningún dictador le bastan el miedo y la violencia para gobernar: estas estrategias pueden resultar indispensables para alcanzar el poder e incluso para mantenerlo durante un tiempo, pero no suelen ser efectivas a largo plazo. La paradoja del dictador moderno es que debe crear la ilusión del respaldo popular, pues sólo un tirano cuyo gobierno es capaz de inspirar idolatría en el pueblo conseguirá perpetuarse.