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  • Gabriel García Márquez: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo
    Oct 10 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Bach_Concerto 1 in D Minor Youtube.com El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover. Después de misa, antes de que las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar el broche de las sombrillas, sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a mí: “Es viento de agua”. Y yo lo sabía desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre. Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas. Durante el resto de la mañana mi madrastra y yo estuvimos sentadas junto al pasamano, alegres de que la lluvia revitalizara el romero y el nardo sedientos en las macetas después de siete meses de verano intenso, de polvo abrasante. Al mediodía cesó la reverberación de la tierra y un olor a suelo removido, a despierta y renovada vegetación, se confundió con el fresco y saludable olor de la lluvia con el romero. Mi padre dijo a la hora del almuerzo: “Cuando llueve en mayo es señal de que habrá buenas aguas”. Sonriente, atravesada por el hilo luminoso de la nueva estación, mi madrastra le dijo: “Eso lo oíste en el sermón”. Y mi padre sonrió. Y almorzó con buen apetito y hasta tuvo una entretenida digestión junto al pasamano, silencioso, con los ojos cerrados pero sin dormir, como para creer que soñaba despierto. Llovió durante toda la tarde en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que lo advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. En la madrugada del lunes, cuando cerramos la puerta para evitar el vientecillo cortante y helado que soplaba del patio, nuestros sentidos habían sido colmados por la lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado. Mi madrastra y yo volvimos a contemplar el jardín. La tierra áspera y parda de mayo se había convertido durante la noche en una sustancia oscura y pastosa, parecida al jabón ordinario. Un chorro de agua comenzaba a correr por entre las macetas. “Creo que en toda la noche han tenido agua de sobra”, dijo mi madrastra. Y yo advertí que había dejado de sonreír y que su regocijo del día anterior se había transformado en una seriedad laxa y tediosa. “Creo que sí —dije—. Será mejor que los guajiros las pongan en el corredor mientras escampa”. Y así lo hicieron, mientras la lluvia crecía como un árbol inmenso sobre los árboles. Mi padre ocupó el mismo sitio en que estuvo la tarde del domingo, pero no habló de la lluvia. Dijo: “Debe ser que anoche dormí mal, porque me ha amanecido doliendo el espinazo”. Y estuvo allí sentado contra el pasamano, con los pies en una silla y la cabeza vuelta hacia el jardín vacío. Solo al atardecer, después que se negó a almorzar, dijo: “Es como si no fuera a escampar nunca”. Y yo me acordé de los meses de calor. Me acordé de agosto, de esas siestas largas y pasmadas en que nos echábamos a morir bajo el peso de la hora, con la ropa pegada al cuerpo por el sudor, oyendo afuera el zumbido insistente y sordo de la hora sin transcurso. Vi las paredes lavadas, las junturas de la madera ensanchadas por el agua. Vi el jardincillo, vacío por primera vez, y el jazminero contra el muro, fiel al recuerdo de mi madre. Vi a mi padre sentado en el mecedor, recostadas en una almohada las vértebras doloridas, y los ojos tristes, perdidos en el laberinto de la lluvia. Me acordé dé las noches de agosto, en cuyo silencio maravillado no se oye nada más que el ruido milenario que hace la Tierra girando en el eje oxidado y sin aceitar. Súbitamente me sentí sobrecogida por una agobiadora tristeza. Llovió durante todo el lunes, como el domingo. Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón. Al atardecer dijo una voz junto a mi asiento: “Es aburridora esta lluvia”. Sin que me volviera a mirar, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba hablando en el asiento del lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había variado ni siquiera después de esa sombría madrugada de diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses desde entonces. Ahora yo iba a tener un hijo. Y Martín estaba allí, a mi lado, diciendo que le aburría la lluvia. “Aburridora no —dije—. Lo que me parece demasiado triste es el jardín vacío y esos pobres árboles que no pueden quitarse del patio”. Entonces me volví a mirarlo, y ya Martín no estaba allí. Era apenas una voz que me decía: “...
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    21 mins
  • José Ángel Buesa: Poema del poema
    Oct 7 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Chopin_Waltz L'Adieu Youtube.com Quizás pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá; y, ahogando para siempre mi amor inadvertido te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás. La desolada estrofa, como si fuera un ala, voló sobre el silencio... Y tú estabas allí: Allí en el más oscuro rincón de aquella sala, estabas tú, escuchando mis versos para ti. Y tú, la inaccesible mujer de ese poema que ofrece su perfume pero oculta su flor, quizás supiste entonces la amargura suprema de quien ama la vida porque muere de amor. Y tú, que nada sabes, que tal vez ni recuerdes aquellos versos tristes y amargos como el mar, cerraste en un suspiro tus grandes ojos verdes, los grandes ojos verdes que nunca he de olvidar. Después, se irguió tu cuerpo como una primavera, mujer hoy y mañana distante como ayer... Y vi que te alejabas sin sospechar siquiera ¡que yo soy aquel hombre... y tú, aquella mujer!
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    2 mins
  • José María Arguedas: El joven que subió al cielo
    Sep 29 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Bach Cello Suite 1 in G Youtube.com Había una vez un matrimonio que tenía un solo hijo. El hombre sembró la más hermosa papa en una tierra que estaba lejos de la casa que habitaban. En esas tierras la papa crecía lozana. Sólo él poseía esa excelsa clase de semilla. Empero, todas las noches, los ladrones arrancaban las matas de este sembrado, y robaban los hermosos frutos. Entonces el padre y la madre llamaron a su joven hijo, y le dijeron: -No es posible que teniendo un hijo joven y fuerte como tú, los ladrones se lleven todas nuestras papas. Anda a vigilar nuestro campo. Duerme junto a la chácara y ataja a los ladrones. El joven marchó a cuidar el sembrado. Y pasaron tres noches. La primera, el joven la pasó despierto, mirando las papas, sin dormir. Sólo al rayar la aurora le venció el sueño, y se quedó dormido. Fue en ese instante en que los ladrones entraron a la chácara, y escarbaron las papas. En vista de su fracaso, el mozo tuvo que ir a la casa de sus padres a contarles lo sucedido. Al oír el relato sus padres le contestaron: -Por esta vez te perdonamos. Vuelve y vigila mejor. Regresó el joven. Estuvo vigilando el sembrado con los ojos bien abiertos. Y justo, a la medianoche, pestañeó un instante. En ese instante los ladrones ingresaron al campo. Despertó el mozo y vigiló hasta la mañana. No vio ningún ladrón. Pero al amanecer tuvo que ir a la casa de sus padres a darles cuenta del nuevo robo. Y les dijo: -A pesar de que estuve vigilante toda la noche, los ladrones me burlaron tan sólo en el instante en que a la medianoche cerré los ojos. Al oír este relato los padres le contestaron: -¡Ajá! ¿Quién ha de creer que robaron cuando tú estabas mirando? Habrás ido a buscar mujeres, te habrás ido a divertir. Diciendo esto lo apalearon y le insultaron largo rato. Así, muy aporreado, al día siguiente, lo enviaron nuevamente a la chacra. -Ahora comprenderás cómo queremos que vigiles -le dijeron. El joven volvió a la tarea. Desde el instante en que llegó a la orilla del sembrado estuvo mirando el campo, inmóvil y atento. Esa noche la luna era brillante. Hasta la alborada estuvo contemplando los contornos del papal; así, mientras veía, le temblaron los ojos, y se adormiló unos instantes. En esa ráfaga de sueño que tuvo, mientras pestañeaba el mozo, una multitud de hermosísimas jóvenes, princesas y niñas blancas poblaron el sembrado. Sus rostros eran como flores, sus cabelleras brillaban como el oro; eran mujeres vestidas de plata. Todas juntas, muy de prisa, se dedicaron a escarbar las papas. Tomando la apariencia de princesas eran estrellas, que bajaron del altísimo cielo. El joven despertó entonces, y al contemplar la chácara exclamó: -¡Oh! ¿De qué manera podría yo apoderarme de tan bellísimas niñas? ¿Y, cómo es posible que siendo tan hermosas y radiantes puedan dedicarse a tan bajo menester? Pero, mientras esto decía, su corazón casi estallaba de amor. Y pensó para sí. -¿No podría, por ventura, reservar para mí siquiera una parejita de esas beldades? Y saltó a todo vuelo sobre las hermosas ladronas. Sólo en el último instante, y a duras penas, pudo apresar a una de ellas. Las demás se elevaron al cielo, como luces que se mueren. Y a la estrella que pudo apresar le dijo, enojado: -¿Con que erais vosotras las que robabais los sembrados de mi padre? -Diciéndole esto la llevó a la choza. Y no le dijo más acerca del robo. Pero luego agregó: -¡Quédate conmigo; serás mi esposa! La joven no aceptó. Estaba llena de temor y rogó al muchacho: -¡Suéltame, suéltame! ¡Ten piedad! Mira que mis hermanos le avisarán a mis padres. Yo te devolveré todas las papas que te hemos robado. No me obligues a vivir en la tierra. El mozo no dio oídos a los ruegos de la hermosa niña. La retuvo en sus manos. Pero decidió no volver a la casa de sus padres. Se quedó con la estrella en la choza que había junto al sembrado. Entre tanto, los padres pensaban: “Le habrán vuelto a robar las papas a ese inútil; no pueden haber otros motivos para que no se presente aquí.” Y como tardaba, la madre decidió llevarle comida al campo, y averiguar de él. Desde la choza, el muchacho y la niña atisbaban el camino. En cuanto vieron a la madre, la joven dijo al mozo: -De ninguna manera puedes mostrarme, ni a tu padre ni a tu madre. Entonces el joven corrió a dar alcance a su madre, y le gritó desde lejos: -¡No, mamá; no te acerques más! ¡Espérame atrás, atrás! Y recibiendo la comida en aquel lugar, tras la choza, llevó los alimentos a la princesa. La madre se volvió apenas hubo entregado el fiambre. Cuando llegó a su casa, contó a su esposo: -Así es como nuestro hijo ha aprisionado a una ladrona de papas que bajó de los cielos. Es así como la cuida en la choza. Y con ella dice que se casará. No permite que nadie se aproxime a su choza. Entre tanto el joven pretendía engañar a la doncella. Y le...
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    18 mins
  • Carmen Conde Hombre con violín
    Sep 25 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Scarlatti-Sonata L366 Youtube.com Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo como la vena firme de una canción muchacha. Van celándola dulces, con los ojos cerrados, todos brasa y suspiro del ensueño que llueve diminuto rocío de aprisionadas flores en los cuerpos fragrantes de sus violines músicos, aun con hojas y aromas del encendido bosque. Un violín es la voz de una fuente con viento a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos. Lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos como yerba que sube por el tronco de un árbol, mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas y la otra recorre con el arco un zodíaco. En rubio; huele a nardo en la noche con luna, y de jazmines siembra la abandonada tarde. Tan delgado y ligero como fueron las ninfas, sinuoso y con algas, como verde sirena. Es la voz que prefiere la Primavera fría. Y al Otoño le cuenta que se fueron las aves. Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos en los violines junta con las plumas los nidos.
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    2 mins
  • Jaime Gil de Biedma: Contra Jaime Gil de Biedma
    Sep 19 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Chopin Mazurka 4 Youtube.com De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro que mi reputación -y ya es decir-, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo, embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, zángano de colmena, inútil, cacaseno, con tus manos lavadas, a comer en mi plato y a ensuciar la casa? Te acompañan las barras de los bares últimos de la noche, los chulos, las floristas, las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla cuando llegas, borracho, y te paras a verte en el espejo la cara destruida, con ojos todavía violentos que no quieres cerrar. Y si te increpo, te ríes, me recuerdas el pasado y dices que envejezco. Podría recordarte que ya no tienes gracia. Que tu estilo casual y que tu desenfado resultan truculentos cuando se tienen más de treinta años, y que tu encantadora sonrisa de muchacho soñoliento -seguro de gustar- es un resto penoso, un intento patético. Mientras que tú me miras con tus ojos de verdadero huérfano, y me lloras y me prometes ya no hacerlo. Si no fueses tan puta! Y si yo no supiese, hace ya tiempo, que tú eres fuerte cuando yo soy débil y que eres débil cuando me enfurezco… De tus regresos guardo una impresión confusa de pánico, de pena y descontento, y la desesperanza y la impaciencia y el resentimiento de volver a sufrir, otra vez más, la humillación imperdonable de la excesiva intimidad. A duras penas te llevaré a la cama, como quien va al infierno para dormir contigo. Muriendo a cada paso de impotencia, tropezando con muebles a tientas, cruzaremos el piso torpemente abrazados, vacilando de alcohol y de sollozos reprimidos. Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, y la más innoble que es amarse a sí mismo!
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    3 mins
  • Carmen Conde: Canto funeral por mi época
    Sep 15 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Schubert - Serenade Youtube.com A Vicente Aleixandre Yo misma reclamando a los arcángeles, ¿qué soy más que una voz descompasada? La tierra suma tierras sin raíces, oscuros vendavales de tormentas... Los cuerpos van sin alma, son tan sólo los pozos del instinto desatado. ¡Qué triste mi yantar de pan sombrío, mi oscuro acontecer por el trascielo! Ni lloro ni sonrío, que la risa, el llanto, son de vivos, y no soy ni viva ni tan muerta que no sepa que me puedo morir dentro de poco. Hablar de lo celeste imaginado. Latir los estertores de la dicha. Sentirme delirar, acongojada por tanto goce limpio en el amor. ¿Acaso todo ello no es posible, temiendo, como temo, que la vida se acabe para mí sin prolongarla en vida de la eterna persistencia? ¡Oh carnes de dolor, hombres funestos; mujeres de placer, viejos sin lumbre; criaturas del descuido irresponsable! Penando por vosotros yo arrebato mis pulsos en amarga calentura. A nadie importa nadie. Que asesinos de otros que serían matadores componen la corteza de la tierra. Delatan lenguas frías sus venganzas, y un pueblo universal ulula odios encima de la sangre derramada. ¿Qué puedo yo crear; quién hace lirios, de no ser Dios potente, de este cieno? ¿Quién puede remediar mi incertidumbre, de no ser Dios eterno, en esta charca? ¡Soñar mis sueños yo, aquellos sueños de esbeltos palmerales levantinos; beber brisas salobres, yo, sedienta, oyendo sollozar por los alcores! ¡Mis años de ilusión, mi fuerza ardiente librada de mi cuerpo dominado; mis sueños del amor que nunca llega colmando aquel soñar de tanto espíritu! ¿Qué hacemos ahora aquí, quién nos requiere si no es para colmar nuestro fracaso? ¡Oh tristes del llorar, sumad mi queja al negro de la noche sin orillas! Muy largo es el dormir sin esperanzas. Muy largo y muy profundo, despertarse. Y busco entre vosotros, los ajenos, la calma de inefables beatitudes. —Hay hombres que no quieren ser el eco de tales resonancias dolorosas. Mujeres sin dolor, cuerpos de sexo que empapan su animal perseverancia—. ¿Quién dijo que la voz del que clamara podría desnudar indiferencias? ¡Que clama mi dolor por lo que sufren, y estoy sola en amor por cuantos lloran! ¡Decir mis sueños yo, la más doliente que puso en este mundo sus pisadas! Contaros que en el sueño de mis ojos anidan las augustas majestades de almas sin temblor, sin una sombra, cubiertas por la flor de mis canciones! Dormir y no saber; dormirme toda y nunca despertar de mi distancia... ¿Qué puedo yo ofrecer, qué luna dulce habría de alumbrar por mis palabras? Volvedme a mis fronteras, nieblas frías; volvedme a mi no ser; al gran seguro. Están sin luz las sendas; los atajos bañándose en la sangre derrochada. En dientes sin blancor gimen pedazos de carnes en agraz. Balan su ira los castos y en temor, que nada impiden. Transcurre todo así; bilis y sangre debajo de los puentes lujuriosos. Codicias y ruindad, grandes altezas imperan bien aquí, donde yo clamo. ¡Abridme como res que todos matan, sacad mi sangre entera, destruidme, que quiero deshacerme entre vosotros! —¿Soñar mis sueños ya..., decir mis sueños en este mismo idioma de lamento? ¡No voz del mundo y mía; voz humana que entiendan y desprecien los humanos! Celeste y misterioso oído mío, augusta majestad que me responde: ¿en qué pozo de luz, en qué caverna de minas sin hollar puedo decirte la enorme angustia mía, mi ternura, inútiles las dos? ¡Cómo las siento secándome la fe de mi destino!
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    6 mins
  • Leonora Carrington: La debutante
    Sep 8 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Barber_Adagio for Strings Youtube.com En la época en que sería presentada en sociedad iba al zoológico con frecuencia. Con tanta frecuencia que conocía mejor a los animales que a las chicas de mi edad. De hecho, iba al zoológico todos los días para escapar de la gente. El animal al que mejor llegué a conocer era una joven hiena. Ella también me conocía. Era muy inteligente; yo le enseñaba francés y ella, a cambio, me enseñaba su lenguaje. Así pasábamos muy buenos ratos. Mi madre había organizado un baile en mi honor para el primero de mayo. Nada más de pensarlo sufría durante noches enteras. Siempre he detestado los bailes, y más cuando se celebran en mi honor. En la mañana del primero de mayo de 1934, muy temprano, fui a visitar a la hiena. —¡Qué lata! —le dije—. Tengo que ir a mi baile hoy en la noche. —Qué suerte tienes —dijo ella—. A mí me encantaría ir. No sé bailar, pero al menos podría platicar un poco. —Habrá mucho de comer —añadí—. Vi que llegaban a mi casa camiones repletos de comida. —Y todavía te quejas —replicó la hiena, molesta—. Yo como nada más una vez al día, y deberías de ver las porquerías que me dan. Tuve una idea tan genial que casi suelto la carcajada. —¡Podrías ir en mi lugar! —No nos parecemos lo suficiente; si no iría con gusto —contestó la hiena, desanimada. —Escucha —le dije—, a la luz del atardecer no se ve muy bien. Con que te disfraces, nadie se fijará en ti en medio del gentío. Además, prácticamente somos de la misma talla. Eres mi única amiga, te lo suplico. Se quedó pensando en mi propuesta, pero yo sabía que quería decir que sí. —Está bien, lo haré —dijo de repente. Era tan temprano que no había vigilantes a la vista. Abrí rápidamente la jaula y corrimos a la calle. Tomamos un taxi; en casa todos seguían dormidos. Una vez en mi cuarto saqué el vestido que debía ponerme en la noche. Le quedaba algo largo y le costaba caminar con mis zapatos altos. Encontré unos guantes para ocultar sus manos, demasiado peludas para verse como las mías. Al amanecer, cuando el sol iluminó mi recámara, la hiena ya podía recorrerla, caminando más o menos erguida. Estábamos tan ocupadas en eso que mi madre estuvo a punto de abrir la puerta para darme los buenos días antes de que la hiena pudiera esconderse debajo de mi cama. —Tu cuarto huele mal —dijo mi madre, mientras abría la ventana —. Date un baño antes del baile con mis nuevas sales aromáticas. —Sí, mamá —respondí. No se quedó por mucho tiempo. Creo que el olor era demasiado fuerte para ella. —Apúrate a bajar a desayunar —dijo al salir. Lo más difícil fue encontrar la manera de disfrazar su cara. Pasamos horas y horas buscando la manera, pero rechazaba todas mis propuestas. Por fin dijo: —Creo que tengo la solución. ¿Tienen criada? —Sí —contesté, perpleja. —Pues ya está: llámala, y cuando entre, nos abalanzamos sobre ella y le arrancamos la cara; la llevaré sobre la mía en la noche. —No me parece práctico —argumenté—. Seguramente morirá al quedarse sin cara. Encontrarán el cadáver y acabaremos en la cárcel. —Tengo hambre suficiente como para comérmela —replicó la hiena. —¿Y los huesos? —También —agregó—. Entonces, ¿ya quedamos? —Sólo si prometes matarla antes de arrancarle el rostro; si no le va a doler demasiado. —Está bien. A mí me da igual. No sin cierto nerviosismo llamé a Mary, la criada. Nunca lo habría hecho si no odiara tanto los bailes. Cuando Mary entró me volví hacia la pared para no ver. Debo reconocer que no tardó mucho. Un breve grito y todo había terminado. Mientras la hiena comía, yo miraba por la ventana. Unos minutos después me dijo: —Ya no puedo más. Me faltan los pies, pero si tienes una bolsita me los comeré al rato. —En el armario hay una bolsa bordada con flores de lis. Saca los pañuelos que hay dentro y tómala. Hizo lo que le indiqué y a continuación dijo: —Voltea y mira qué guapa me veo. Ante el espejo, la hiena se admiraba, con el rostro de Mary sobre el suyo. Se había comido todo el contorno cuidadosamente, de forma que quedaba justo lo necesario. —Es verdad, lo has hecho muy bien —le dije. Cerca del anochecer, cuando la hiena ya había terminado de arreglarse, anunció: —Me siento de maravilla. Creo que seré un éxito en el baile. Cuando la música ya llevaba un rato sonando en el salón, le dije: —Ya puedes bajar. Recuerda no acercarte a mi madre, porque se dará cuenta de que no soy yo. Aparte de ella no conozco a nadie. Buena suerte —dije, dándole un beso, aunque olía muy mal. Se hizo de noche. Agotada por las emociones del día tomé un libro y me senté junto a la ventana, para tener por fin un momento de calma. Recuerdo que estaba leyendo Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Había transcurrido alrededor de una hora cuando se presentó la primera...
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    8 mins
  • José Donoso: Poema 1
    Sep 1 2025
    Voz: Manuel López Castilleja Música: Chopin_Waltz L_Adieu Youtube.com Los ojos de la tarde están llenos de asombro y un abrigo de nubes ahorca el asul. Una chimenea sola, un pájaro señalan la tarde de descarnado abandono. Confío en el lenguaje de las cosas mudas. ¿Ves los caminos vanos? ¿Ves la inmensidad? El acento mío se perdió en un arrebato que quiso ser vela y luz y playa… Un cerro hiere la tarde enceguecida de donde huyen poco a poco el fuego y el clamor. Qué torpe ascendencia tuvo el riel que no quise. Mira que alegre estoy, desnudo en este recinto sin sol. (De Tres poemas, 1952)
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    1 min