En el camino hacia la tierra prometida, el pueblo de Israel volvió a quejarse contra Dios y Moisés, cansados del maná y frustrados por la travesía. Su ingratitud fue una rebelión directa contra el cuidado divino. Como consecuencia, serpientes venenosas comenzaron a morderlos, trayendo muerte y temor. Al reconocer su pecado, claman por intercesión. En respuesta, Dios no quita las serpientes, sino que provee una solución simbólica y profética: una serpiente de bronce levantada en un asta. Quienes la miraban con fe eran sanados. Este acto apunta directamente a Cristo, quien según Juan 3:14-15 sería levantado para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna

En Números 16, se relata la rebelión de Coré, un levita, junto con Datan, Abiram, y On, quienes desafiaron la autoridad de Moisés y Aarón. Este desafío surgió debido a la insatisfacción de algunos israelitas con el liderazgo establecido por Dios a través de Moisés. En este contexto, Moisés intercede por el pueblo, rogando a Dios que no destruya a todos los israelitas debido a la rebelión de unos pocos. Sin embargo, Moisés también muestra su enojo ante el desafío personal y la injusticia de los acusadores.

Este pasaje se ubica durante la rebelión de los israelitas en Cades-barnea, cuando, tras el informe negativo de los espías, el pueblo se negó a entrar en la tierra prometida. Dios, airado por su incredulidad, consideró destruirlos. En este contexto, Moisés intercede a favor del pueblo.