Dios desea que aprovechemos bien el tiempo y demos fruto que perdure. En Juan recordamos que la clave está en permanecer en Él, porque separados de Dios, nada podemos hacer. ¡Sé un siervo con fruto, no pierdas tu tiempo!

Nos convertimos en lo que adoramos. Si adoramos ídolos, nos volvemos como ellos: vacíos y sin vida, como dice el Salmo 115. Romanos menciona que aunque conocieron a Dios, no lo glorificaron, y se llenaron de vanidad. Pero cuando amamos a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, Él transforma nuestro carácter y nuestra vida. Adorar a Dios es vivir para Él; es hacer de Él nuestra mayor pasión y reflejar Su carácter en todo lo que hacemos.

Como cristianos, estamos llamados a vivir con justicia, rectitud y equidad, guiados por los principios de la palabra de Dios. Isaías nos exhorta a aprender a hacer el bien, mostrando que la justicia también se cultiva. Ser justos implica obedecer a Dios, actuar con integridad y reflejar el carácter de Cristo en cada acción. No somos justificados por nuestras obras, sino por la gracia de Jesús. Vivir en Su justicia es nuestro llamado diario.

En este episodio reflexionamos sobre el verdadero significado de servir a los demás desde una perspectiva bíblica. A la luz de Mateo 20, exploramos cómo el servicio es una expresión de grandeza en el Reino de Dios y cómo nuestro ejemplo puede influenciar a otros a acercarse al Señor. Al encargarnos de las cosas del Reino, Dios se encarga de nuestras necesidades. Sirve con amor, fidelidad y propósito, sabiendo que Dios está al control y siempre cuida de ti. Nada de lo que haces para Dios es en vano.

En este episodio, exploramos la reflexión de un siervo que se cuestiona: ¿por qué sirvo a Dios? Más allá del reconocimiento o los aplausos, descubre que la verdadera razón es honrar el corazón de Dios a través de la excelencia. Servir con excelencia no significa hacer mucho, sino dar lo mejor con lo que se tiene, con entrega, pasión y responsabilidad. La excelencia no es opcional; es un reflejo del carácter de nuestro Dios. La holgazanería, la rutina y la postergación no caben en un corazón que ha entendido el privilegio de servir. Servir con excelencia tiene un precio: esfuerzo, tiempo y constancia, pero vale la pena cuando se hace para glorificar al Señor.

Como siervos de Dios, a veces podemos caer en la trampa de enfocarnos más en cumplir tareas que en recordar para quién las hacemos. Pero el propósito nunca ha sido la actividad en sí, sino las personas. Jesús, al ver a la multitud, no pensó primero en la logística, el cansancio o la hora. Tuvo compasión. Vio su necesidad y actuó. No lo hizo en todo momento, sino en el momento preciso en que el Espíritu lo guió a ver. La gente era el centro. Así también nosotros debemos mirar más allá de la tarea y ver los rostros, las vidas, los corazones detrás de lo que hacemos. Porque el llamado no es simplemente a servir, sino a amar.

Todos los que amamos a Dios queremos servirle y por eso esta serie nos ha llevado a entender la relevancia de ser formados por él.

A veces no nos cuestionamos por qué hacemos lo que hacemos y nos convertimos en nuestros propios ídolos. Salimos de la Iglesia y se nos olvida poner en práctica lo que recibimos. Es importante reconocer si lo que hacemos es bíblico, si nuestras motivaciones son correctas y a quien le da la gloria.

El apostol Pablo comprendía que su vida tenía sentido solo en relación con Cristo, y que incluso la muerte no era una pérdida, sino una ganancia, porque lo acercaba más a su Salvador. Hoy, también nosotros estamos llamados a vivir con Cristo en el centro de todo: nuestras decisiones, sueños y relaciones. Que cada día refleje que nuestra vida le pertenece a Él y que, como Pablo, encontremos en Cristo nuestro verdadero propósito.