Gibran ve a Selma como un ser casi inalcanzable, algo etéreo y perfecto, una “antorcha blanca” que ilumina su vida pero que al mismo tiempo, parece inalcanzable. La antorcha no solo simboliza su belleza exterior, sino también la pureza y la intensidad de los sentimientos que Gibran tiene hacia ella. La luz de esa antorcha es lo que lo atrae, pero también, es un recordatorio constante de un deseo puro pero imposible de alcanzar.

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En este capítulo, Gibran profundiza en su característico estilo poético y simbólico, donde lo espiritual y lo terrenal se entrelazan. La entrada al santuario es, por tanto, una metáfora del viaje interno hacia la pureza del amor.

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Un día en el mes de Nisan, conocí a Ferris Efendi Karamy, un viejo amigo de mi padre. Un hombre cuya riqueza lo hizo amable, y cuya bondad lo hizo rico. Uno de esos raros hombres que vienen a este mundo y se van de él sin hacer daño a nadie, pero las personas de esa clase generalmente sufren mucho, y son víctimas de la opresión, porque no son lo suficientemente hábiles para salvarse de la maldad de los demás.
Farris Efendi tiene una hija, cuya belleza y gentileza están más allá de toda descripción; y también ella sufrirá mucho, porque la riqueza de su padre ya la está colocando al borde un horrible precipicio...

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