¿Por qué habría de cesar la obra? (Nehemías 6:1-4)
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El pasaje que hemos escuchado nos abre una ventana a un momento de triunfo espiritual en medio de condiciones extremas. El pueblo de Israel había pasado setenta años en cautiverio, y finalmente se le permitió volver a Jerusalén. Pero al regresar, encontraron la ciudad derribada y reducida a cenizas, donde solo se podían ver muros destruidos, puertas quemadas, hogares en ruinas, prácticamente una identidad dispersa.
La tarea era inmensa, prácticamente imposible a primera vista. Sin embargo, Nehemías y aquellos que regresaron con él decidieron enfrentar lo imposible. Levantaron manos, hombros y corazones para restaurar lo que el enemigo había devastado. Y mientras progresaban, la oposición se presentó con rostro firme y determinación oscura.
Vivimos tiempos parecidos. La fe es desafiada, las convicciones son puestas a prueba, y la iglesia parece avanzar por temporadas para luego sufrir el embate del adversario. Y es que no se puede vivir de las bendiciones de ayer. Es necesario recordar con gratitud, sí, pero también avanzar con vigilancia. La fidelidad no es un monumento estático; es una marcha continua.
Quisiera que, al meditar en este texto, permitamos que la pregunta de Nehemías se quede en lo más profundo de nuestra conciencia: “¿Por qué habría de cesar la obra?” Hay demasiado en juego. Es imprescindible permanecer en el muro, en el llamado, en la brecha.