Andrés Guerrero creció en Tunja, y desde niño vendía aguacates y naranjas para ayudarle a su mamá, mientras veía cómo la vida se les hacía cuesta arriba: su padre cayó en las drogas, su hermanita había nacido con una discapacidad y su mamá ganaba un salario mínimo que no siempre le alcanzaba para cubrir las necesidades básicas de dos pequeños con toda una vida por delante. A los 18, sin saber muy bien cómo, le aprobaron un crédito para estudiar Trabajo Social. Y fue ahí, entre la pobreza y las ganas de cambiar su historia, que le hizo una petición a Dios: “déjame hacer algo diferente con mi vida.”

Hoy es conocido en redes sociales como @soycampesino, un proyecto que nació de su decisión de convertir el dolor de su infancia —marcado por la escasez, el abandono y la frustración de ver cómo los demás eran abandonados por la sociedad— en propósito, y de su deseo profundo de ayudar a quienes, como él, crecieron sin muchas oportunidades.

Este episodio es un relato sobre fe, resiliencia y segundas oportunidades. Sobre un hombre que entendió que sanar también es servir, y, lo más importante, que el verdadero éxito no está en lo que se tiene, sino en lo que se entrega.

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