La muerte blanca
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Es el norte más profundo, un lugar donde el silencio no es ausencia, sino una presencia densa que se posa sobre los árboles y convierte cada sonido en un eco lejano. Allí, en losbosques interminables de Karelia, el invierno no es una estación: es un espíritu antiguo que desciende desde el Ártico, envolviéndolo todo con una luz azulada que parece venir de otro mundo. El frío no te muerde, te atraviesa; y la nieve, tan blanca que duele mirarla, cae despacio como si flotara, como si tuviese alma propia. Algunos soldados decían que la nieve finlandesa podía “respirar”.Y quizá no lo decían por poesía, sino porque en aquel paisaje helado uno sentía que cada centímetro de tierra estaba vivo, atento, expectante.
En ese escenario que bordeaba lo irreal se libraba una guerra que no parecía hecha de hombres, sino de sombras.Mientras las columnas soviéticas avanzaban torpes, hundiéndose en la nieve hasta la cintura, algo se movía entre los pinos sin ruido, sin huella, sin gesto humano. Eran apenas destellos, cambios leves en la textura del blanco, vibraciones que el ojo humano no alcanzaba a descifrar. Y sin embargo, estaban ahí. A veces un soldado soviético juraba haber visto una figura pequeña y completamente blanca —chaqueta, guantes, capucha, incluso el fusil camuflado— deslizándose como un pensamiento fugaz entre los troncos. Otras veces, no se veía absolutamente nada, y aun así un disparo perfecto, limpio, casi quirúrgico, caía desde ninguna parte.
Los finlandeses lo llamaban simplemente uno de los nuestros. Pero para el enemigo empezó a convertirse en algo distinto, algo que la lógica no explicaba: un fantasma de la nieve, una presencia silenciosa que aparecía y desaparecía sin dejar rastro, como si la propia tierra lo hubiese parido para defenderla. Y en cierto modo, eso sentían los soldados: que aquella guerra se estaba librando en un territorio donde la naturaleza tenía bando, donde el bosque se volvía cómplice,donde la nieve —esa nieve viva, antigua, insondable— protegía a uno de sus hijos.
Aún no sabían su nombre. Aún no sabían que detrás de aquel mito se escondía un campesino callado, de mirada humilde y manos de cazador. Pero el rumor ya estaba sembrado. En loscampamentos soviéticos empezaron a hablar de “alguien” que nunca fallaba, de una figura blanca que parecía no sentir el frío ni el miedo, de un tirador tan preciso que cualquier movimiento imprudente era una sentencia. Y las noches, que ya eran largas y crueles, se volvían más densas al pensar que quizás ese ser estaba ahí fuera, en algún punto de la oscuridad, escuchando cada respiración.
Así comienza la historia del Fantasma Blanco: no con su nombre, ni con sus proezas, sino con la sensación deque en Finlandia, aquel invierno, la frontera entre lo humano y lo legendario se hizo tan fina como un cristal helado. Y basta un roce, un suspiro, un disparo entre los árboles, para que un hombre se convierta poco a poco en mito.