La hermandad de la serpiente, 2ª parte
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Dicen que hay símbolos que no mueren, solo mudan de piel. Y entre todos, ninguno ha sabido deslizarse con tanta elegancia por la historia como la serpiente. Aparece grabada en tablillasde arcilla, tallada en muros de piedra, pintada en códices y hasta en los sueños de los hombres. Cambia de nombre, cambia de rostro, pero siempre vuelve.A veces es diosa, a veces monstruo, otras simple mensajera. Y sin embargo, en su ondulación hay un secreto que se resiste a desaparecer: el del conocimiento que no puede enseñarse, solo recordarse.
Quizá por eso su figura fue tan temida y tan venerada a la vez. Los antiguos decían que donde una serpiente se arrastra, la tierra guarda memoria. Y si seguimos su rastro, el sendero noslleva más atrás que Egipto, más allá incluso de Babilonia. Nos lleva al corazón del mito sumerio, a la primera ciudad que el hombre llamó sagrada: Eridú. Allí, entre canales y templos levantados sobre el barro, los sacerdotes contaban que bajo las aguas del abismo vivía el más sabio de los dioses, Enki, el señor de lo profundo, el que enseñó a los humanos el lenguaje de los números, la música del agua y el poder del verbo.
De él se decía que tenía forma de hombre y alma de serpiente. No porque fuese reptil, sino porque sabía mudar su esencia sin morir. Y es ahí, en esa frontera entre lo humano y lo divino, donde empieza la historia de lo que siglos después algunos llamarían la Hermandad de la Serpiente. Una orden que, según los fragmentos dispersos por el tiempo, habría nacido del legado de Enki, guardando la llave de un conocimientoque no debía pertenecer solo a los dioses.