El Silencio de las Máscaras de Plomo cover art

El Silencio de las Máscaras de Plomo

El Silencio de las Máscaras de Plomo

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Bienvenidos a Misterios Ocultos. Soy Alejandro Luna. Esta noche subimos una colina húmeda, cubierta de pasto alto y piedras calientes por el sol, con vista a la bahía de Guanabara. Es Niterói, Brasil, agosto de 1966. Sobre el Morro do Vintém, el aire huele a lluvia prometida y a hierro. Entre maleza y hormigas, alguien encuentra dos cuerpos tendidos sobre una manta: llevan trajes impecables, gabardinas, y sobre el rostro… máscaras de plomo.

Las máscaras no tienen ojos, solo una curva tosca que cubriría el brillo del mundo. Son artesanales, recortadas a mano. A su lado, una botella vacía de agua mineral, dos toallas, un recibo arrugado, y una libreta con notas en mayúsculas: “16:30 estar en el local determinado. 18:30 ingerir cápsulas. Tras el efecto, proteger los metales. Esperar señal.”

Los muertos se llaman Manoel Pereira da Cruz y Miguel José Viana de Freitas. Técnicos en electrónica, jóvenes, metódicos. Salieron de su ciudad, Campos dos Goytacazes, diciendo que iban a comprar repuestos. Nadie los volvió a ver con vida. Un dependiente recuerda que compraron gabardinas pese al calor y que uno miraba el reloj con impaciencia; en un bar cercano, pidieron una botella de agua. Luego, la colina.

La autopsia no encontró heridas. No había puñaladas, ni balas, ni lucha. Los órganos, ya deteriorados por el clima, impidieron detectar venenos con certeza. Sí había rastros de barbitúricos en pequeñas dosis en su entorno; nada concluyente. La escena parecía diseñada para el interrogante: máscaras de plomo, notas crípticas, toallas cuidadas, un dinero que no fue robado.

¿Para qué las máscaras? Los expertos dicen que protegen contra radiación o destellos intensos. Entre sus conocidos, corrían historias de sesiones espiritistas, experimentos con aparatos, intentos de “captar” energías y luces en el cielo. Una vecina de la colina habló de un resplandor anaranjado aquella noche, flotando en silencio. Nada quedó en los informes más allá del testimonio y un murmullo que crece con los años.

La anotación “ingerir cápsulas” persigue la lógica: una droga para alterar la conciencia, para enfrentar la “señal” sin cegarse, protegidos del resplandor con plomo. Si la experiencia salió mal, ¿murieron esperando un contacto que nunca llegó? ¿O quien prometió la señal los llevó hasta allí con un plan más frío?

Hay otra lectura: técnicos que conocían circuitos, tentados por un esquema simple y fatal. Si probaron un prototipo, una reacción química o eléctrica pudo exigir la máscara; la cápsula, “para el susto”. El papel añade un detalle inquietante: “proteger los metales”. ¿De qué? ¿De la lluvia, de la radiación, de un magnetismo sin nombre?

El caso encaja y se deshace a la vez. La policía peinó la colina; los árboles no cuentan secretos. La libreta volvió a su silencio. Las máscaras de plomo se convirtieron en símbolo: dos hombres mirando una luz que no debía mirarse, o tapándose de algo que no sabemos nombrar.

Imagina la escena final: el sol cae detrás de Río, la bahía se enciende como un espejo roto, el viento levanta la hierba. Dos figuras esperan, con las máscaras sobre el regazo, contando los minutos. Cuando el cielo tiembla —si es que tembló— se las colocan. Después, silencio. El Morro do Vintém guarda la respuesta, enterrada en el calor.

Gracias por acompañarnos en Misterios Ocultos. Entre pliegues de plomo y notas sin llave, hay un mensaje que todavía nos mira. La próxima vez, traeremos otra sombra con preguntas. Hasta entonces, no ignores las señales… y, si decides mirarlas, cuida tus ojos. Buenas noches.
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